Durante décadas hemos luchado en América Latina, África y Asia en contra de la pobreza y el autoritarismo. Esta lucha ha producido más decepción y frustración que satisfacción y victorias. La privación y la desesperación que prevaleció en el siglo XX persisten en la mayoría de estos países, incluso una década después del triunfo ideológico del capitalismo sobre el socialismo. Aunque los jefes de Estado democráticamente electos han desplazado a los regímenes autoritarios tradicionales (un patrón más notable en América Latina que en las otras regiones), los resultados han sido frágiles, y la «democracia» a menudo significa casi solo el poder convocar libremente a elecciones periódicas.
¿Qué explica la persistencia de la pobreza y el autoritarismo? ¿Por qué han resultado tan difíciles de erradicar? ¿Por qué no hay países en África, Asia y América Latina, fuera de los dragones asiáticos, que hayan transitado hacia el grupo de países ricos? Los diagnósticos convencionales que se han ofrecido durante el último medio siglo han sido: explotación, imperialismo, déficit de educación y conocimientos técnicos, falta de oportunidades, falta de capital, mercados inadecuados, instituciones débiles–son claramente insuficientes.
El elemento fundamental que ha sido ignorado en gran parte es el cultural: es decir, los valores, creencias y actitudes que se interponen en el camino del progreso. Algunas culturas, sobre todo las occidentales y las de Asia Oriental, han demostrado mayor propensión a progresar. Sus logros son reiterados cuando su gente emigra a otros países, como en el caso de los británicos en los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda; y los chinos, japoneses y coreanos, que prosperaron a donde han emigrado.
La conclusión de que la cultura importa genera controversia y escepticismo especialmente en dos disciplinas: los antropólogos y los economistas. Para los antropólogos y otros científicos sociales, esta conclusión choca con el relativismo cultural que afirma que las culturas pueden evaluarse sólo en sus propios términos y que los juicios de valor por foráneos son un tabú. La conclusión del relativismo cultural es que todas las culturas son igualmente dignas, y quienes sostienen lo contrario se etiquetan como etnocéntricos, intolerantes o incluso racistas. Se encuentra un problema similar con los economistas que creen que la cultura es irrelevante–que las personas responden a oportunidades e incentivos económicos de la misma manera, independientemente de su cultura.
Pero un número cada vez mayor de académicos, periodistas y políticos escriben y hablan de la cultura como un factor crucial en el desarrollo social, y por eso, está surgiendo un nuevo paradigma del progreso humano. Recientemente, América Latina ha tomado la delantera en articular el paradigma y generar iniciativas para traducirlo en acciones diseñadas no sólo para acelerar el crecimiento económico sino también para fortalecer las instituciones democráticas y promover la justicia social.
Tomado de: Lawrence E. Harrison, «La Cultura Importa», The National Interest, Summer, 2000 p55.
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